Tristán encoge
Texto: Florence Parry Heide
Ilustraciones: Edward Gorey
Traducción: Manuel Broncano
ISBN: 9788417059224
Editorial Blakie Books, 2017
Me gustaría comenzar por saludar, así, en general, porque llevo un tiempo sin subir reseñas. Hay varias razones personales, pero también influye el hecho de no haber encontrado lecturas que me hayan motivado lo suficiente como para escribir una reseña. Y, relacionado con esto, tengo que agradecer a la editorial Blakie Books que haya rescatado este libro que estaba descatalogado y, por lo tanto, difícil (por no decir imposible) de conseguir.
Tristán encoge es uno de esos libros de la infancia (como reconoce en el prólogo David Trueba) que se asocian a los días de pan y chocolate y a las lecturas que abrían mundos. Recuerdo que en mi infancia, en la absoluta inocencia que conlleva, yo creía que se podían leer todos los libros que se escribían en el mundo... porque no hay nada imposible en la mente de un niño. Por eso el lector accede a esta historia con la absoluta convicción de que es posible: Tristán, el protagonista, está encogiendo poco a poco.
Pero este hecho que marca el eje narrativo no es en sí mismo lo más interesante o lo más atractivo del libro. La relación de Tristán con el mundo adulto es sorprendente y creíble al mismo tiempo. Los padres reaccionan ante el encogimiento ignorándolo o minimizando la cuestión: tienen mucho que hacer, el mundo adulto es exigente, contestan de forma casi mecánica y es el niño el que tiene que buscar la solución.
Por cierto, una solución que ahora llamaríamos "resiliencia", es decir, Tristán se adapta al problema hasta que pueda resolverlo: busca ropa de cuando era más pequeño, guarda las cosas en sitios accesibles...
Quien esté leyendo esto puede pensar que es una historia triste. En absoluto. Todo está impregnado de humor, a veces cercano al absurdo. Algunos diálogos lo confirman y nos muestran que para los niños, las respuestas de los adultos son absurdas muchas veces, aunque nadie las cuestiona.
Como siempre, no voy a contar más de la trama, que dará un giro sorprendente para acabar (¿o no?). Tristán encoge me parece un libro muy recomendable, cuya lectura hará disfrutar a la vez que nos llenará de preguntas y reflexiones. Lectura que alimenta.
Por supuesto, hay que hacer mención de las ilustraciones de Edward Gorey, en blanco y negro, con predominio del fondo blanco, ajustadas a la historia. Edwar Gorey, ilustrador de gran reconocimiento, inspiró a muchos artistas actuales (Tim Burton, por ejemplo) e invito a todos a hacer una visita a su muy interesante obra.
Florence Parry Heide nació en Pittsburgh, justo cuando la I Guerra Mundial retiraba las armas. De niña, influenciada por su madre, actriz y crítica de teatro, representaba con sus hermanos breves obras que ellos mismos escribían. Quizá por eso, aunque estudió publicidad y relaciones públicas, pronto se lo pensó mejor y redirigió su carrera hacia las artes escénicas. Tenía veinticuatro años cuando conoció al que tan solo seis semanas después se convertiría en su marido. Con él tuvo cinco hijos, para quienes inventaba cada noche canciones y cuentos, afición que años después desembocaría en la escritura de libros infantiles. De entre los muchísimos que escribió, este Tristán que encoge es quizás el más memorable de todos. Que Florence acabara dedicándose a la literatura infantil no fue cosa de suerte, pues siempre se sintió más cómoda rodeada de niños: «Lo que más temía de pequeña era no aprender a ser un verdadero adulto. Lo cierto es que al final nunca descubrí cómo se hace».
Edward
Gorey nació en Chicago en 1925. Con un año y medio hizo su primer dibujo de los
trenes que pasaban frente a la casa de sus abuelos, y a los tres aprendió a
leer sin ayuda. Sirvió en el Ejército durante la II Guerra Mundial (aunque
jamás pisó un campo de batalla) y se licenció en Francés por la universidad de
Harvard. Con 28 años comenzó a trabajar como diseñador e ilustrador en una
editorial neoyorquina, pero sería un amigo librero quien afortunadamente lo
descubriría: en su librería vendía los libros y posters de Edward, le
organizaba firmas e incluso llegó a editar algunas de sus obras. Gorey
compaginaba su animada actividad literaria con su otra gran pasión: el ballet.
Muchos lo conocían de haberlo visto en algunas funciones, a las que acudía con
el célebre uniforme que terminó por hacerle famoso: zapatillas de deporte,
abrigo de piel y anillos de oro en todos los dedos de las manos. Pese a la fama
que consiguió gracias a su maravillosa obra y a sus excentricidades, Gorey
siempre prefirió estar solo en casa, rodeado de sus muchos gatos, leyendo, o
viendo Expediente X. Y trabajando, sobre todo trabajando. Sus más de cien
libros ilustrados lo demuestran.
Florence
y Edward (a quien ella llamaba Ted, como el círculo más cercano del autor) se
hicieron amigos trabajando en Tristán y siguieron siéndolo toda la vida. Cada
vez que Florence visitaba Nueva York se citaban para comer y después daban un
interminable paseo. ¿Y qué hacían durante aquellos paseos los dos amigos?
Sencillamente, hablaban. Hablaban de todo y durante horas.
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